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Traté de alcanzarles pero fue inútil. Cuando llegué a la playa encontré sus ropas en la orilla, me metí en el agua, parecía tranquila, nadé, buceé pero todo fue en vano. Mientras me ahogaba vi su cuerpo flotando, me pareció que sonreía, como si hubiera expirado con una carcajada liberadora e histérica, ya no le perseguía nadie, ya no tenía miedo, el miedo ahora estaba conmigo. Cristina decidio, así sobre la marcha, hacer pellas. Sus 12 años eran suficientes para decidir lo que quería hacer y ese momento la clase de ingles le parecio poco atrayente.

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La herida del cadáver era en realidad una mordedura de serpiente. Sintiendo como el potente veneno de la serpiente les mataba por momentos, fatum (gehoben) desgraciados mercaderes comenzaron an emitir una tétrica carcajada, una carcajada que no ha dejado de sonar entre las dunas de aquel inhóspito lugar. Carcajada que delata la presencia de la gran serpiente dorada, que pudo digerir sus cuerpos pero no sus almas ni el oro que llevaban consigo. Cada músculo de su cuerpo actuaba con vida propia buscando salvarse por su cuenta pues el Ser estaba irremisiblemente perdido. Su corazón eran una locomotora mandando una presión grosse e innecesaria a su cuerpo inmóvil.

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Y le mordía, y sangraba y me excitaba y cada vez la deseaba más, y más… De pronto dejó de moverse y de patalear. Salí corriendo calle abajo relamiéndome con su sabor, corriendo sin parar por la excitación, gritando de placer, riéndo a carcajadas…

Sabía que había matado a su mujer. A un hombre libre no se le puede atar, tan solo se le puede matar. La frase resonaba en mi cabeza mientras Luis comenzaba a despertar. Sus movimientos eran torpes, sus manos atadas al piecero de la cama.

La anciana, vestida de negro, estaba sentada de cuclillas con la mano extendida. A Max le pareció que emanaba una bondad especial, pero al llegar a su altura declinó dar limosna alguna. Max siguió su camino y al cabo de unos metros se detuvo. Sin saber por qué, volvió la cabeza, y dieses entonces cuando vió aquellos ojos llenos de maldad e inteligencia que transmitían una sonrisa que a él le pareció carcajada. La vieja no paraba de clavarle la mirada y Max huyó calle arriba. Días después, en otra ciudad, Max intuyó verla entre el gentío de un mercadillo, y sintíó esos ojos en lo más profundo de su alma.

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Gritó al silencio de la noche implorando una ayuda que ya no esperaba. Una furtiva mirada por encima del hombro le sirvió para cerciorarse de que la sombra continuaba su implacable persecución. Recuperó el aliento durante un segundo y reemprendió su alocada carrera por las húmedas y vacías calles del polígono. Corrió por lugares recónditos y oscuros que su pie jamás había hollado. Agotado por fin se apoyó en un muro y buscó en vano a su perseguidor que había desaparecido. Cerró fatum (gehoben) ojos buscando un hálito de fuerza para continuar huyendo.

Nadie podría implicarle, nadie podría acusarle, nadie podría juzgarle. Todo encajaba, y las coartadas ideadas se ajustaban a la perfección más absoluta. Ganan fatum (gehoben) buenos, aunque parezcan bestimmung malos -pensó para sí- Y una sonora carcajada, proveniente desde lo más íntimo de su ser, retumbó en aquel oscuro aposento del centro de omegle. com la ciudad. El gozo por la meta alcanzada pronto se transformó en un irreflenable sentimiento de culpa, y en la desasosegante sensación de haber elegido la senda equivocada para dar sentido a su vida. Temblaron sus manos, sudó su frente, languideció su cuello y fallaron sus rodillas hasta que éstas, inermes, golperon secamente contra el duro y frío enlosado de lan estancia.

¿Quién ha soltado una carcajada? Cojí una cerilla y la encendí. La cerilla empezó an arder produciendo una luz muy inestable a causa del viento.

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Todo estaba oscuro y solo oia fatum (gehoben) pasos de aquel hombre siniestro. Miro atonito su sombra alargada… Con bestimmung ojos fuera de sus orbitas.

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Que el cielo siguiera teñido de rojo y morado… porque su piel expiraba ello… sangre… ¡Nooo! Natasha seguía viva y clamando. Y esa cosa, ese enterich, esa inexplicable forma de vida continuaba observándola. Natasha seguía viva y bestimmung segundos la seguían torturando. Eran una sensación erótica que cundía entre sus piernas y sus pezones. Una sonrisa macabra la envolvía.

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Según nos acercábamos, las linternas iluminaban el proyectil. Era de metal blanquecino y parecía no haber estallado. Algo se movía en su interior, parecía peludo. Aquello se movió, y con un graznido, lo que parecía ser un millar de ratas negras y aladas, voló hacia nosotros. El movimiento del vagón y bestimmung chirridos de las vías son gritos ensordecedores que me impiden dormir.

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